La España del pesimismo: 1898 desde un punto de vista económico.

Una España deprimida, hundida en la derrota, conmocionada por el poderío naval estadounidense y destrozada anímicamente por las falsas expectativas de victoria, alejadas de la cruda realidad. 1898, el imperio colonial español había llegado a su fin. 

El siglo XIX en España es un siglo lleno de dificultades. A lo largo de este periodo se suceden 6 constituciones, una bancarrota, dos suspensiones de pagos de deuda, 47 pronunciamientos militares, 3 guerras civiles e innumerables atentados y conflictos sociales que azotaron al país, dotándoles de una gran inestabilidad. 1898 sólo fue el año en el que quedó claro que España era un país que había quedado al margen del potencial europeo de la época, un país que experimentaría una profunda crisis ya no sólo política y económica, sino también moral y existencial. 

La generación del 98 se encargaría de plasmar todo ello en una época de esplendor literario. Valle-Inclán, en Luces de bohemia, relata: "España es una deformación grotesca de la civilización europea." "En España el talento no se premia. Se premia robar y ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo." Unamuno señala: "La manía lamentabilísima que aqueja a casi todos los españoles, la manía de quejarse. (…) Cuando oigáis a un español quejarse de las cosas de su patria no le hagáis mucho caso. Siempre exagera; la mayor parte de las veces miente." Antonio Machado formula: "Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio."


¿Por qué ocurrió todo ello? ¿Qué implicaciones tuvo el final del siglo XIX para la economía española? ¿Realmente la situación era tan desastrosa como la plasman los autores de esta generación literaria? Para responder a estas preguntas hay que ponernos un poco en contexto. 

La revolución industrial venía pisando fuerte desde antes de la segunda mitad del siglo XIX. Dejando de lado a Gran Bretaña, que ya había consolidado su poderío industrial, otros países como Estados Unidos, Alemania, Bélgica y  Francia se fueron uniendo progresivamente a la fiesta. La industrialización trajo consigo una globalización traducida en un aumento del comercio internacional, los países más desarrollados importaban materias primas, a la vez que exportaban los productos manufacturados que fabricaban a estos países del sector primario, por lo que se abren nuevos mercados y se produce una especialización. Se puede estimar que entre los años 1870 y 1914 el volumen del comercio mundial casi llegó a triplicarse. Asimismo, se agiliza el movimiento mundial de capitales; en estos momentos, un inversor sofisticado situado en la City londinense podía invertir una determinada suma de su dinero en cualquier parte del mundo sin necesidad de acudir a dicho lugar. Por otro lado, la emigración desempeñó un papel fundamental, proporcionando la mano de obra necesaria para la puesta en marcha del motor económico, sobre todo en EEUU. 

En resumen, el último tercio del siglo XIX puede caracterizarse por un crecimiento económico mundial como nunca antes se había visto. El incremento de la producción, la demanda de trabajo, una economía en transformación y una internacionalización de las relaciones comerciales derivó en un impulso que se tradujo en décadas de esplendor generalizado. 

Pero, en este contexto de crecimiento mundial ¿qué ocurre con España? ¿Por qué parece que fue el único país que no se benefició de la situación? ¿Realmente fue así? Si no, ¿por qué tanto pesimismo social? 

Analizar la economía española de finales del siglo XIX es bastante complejo. Hay que tener en cuenta una serie de circunstancias que hacen que nuestro caso sea en cierto modo peculiar. Lo que sí que hay que tener claro es que a partir de la década de 1880 nuestros vecinos europeos y EEUU nos van dejando atrás. 1882 fue un año crítico para el país. En ese año, se produce una detención de la inversión de capitales extranjeros en España, a la par que Camacho, ministro de Hacienda del gobierno de Sagasta, lleva a cabo una política de conversión de deuda que divide la deuda estatal en interior y exterior. La detención de los flujos de capitales hacia el país resultó decisiva, puesto que éstos habían servido para mantener el equilibrio de los pagos exteriores. 

Por otro lado, se produjo una salida de oro que se vio favorecida debido al hecho de que la legislación española abogaba por la plata antes que por el oro. El Banco de España suspendió la convertibilidad de sus billetes en oro en 1883, conservándola a favor de la plata. Sin embargo, Camacho se había comprometido a pagar en oro los intereses de deuda extranjera, lo que convirtió a ésta en una inversión atractiva. Esto quiere decir que se exportan capitales españoles hacia el exterior. Todo ello, causa también que la peseta, por tanto, pierda poder a nivel internacional. 



El contexto económico español a mediados de la década de 1880 era bastante deprimente. La regente María Cristina va a ver cómo se tiene que enfrentar a un país que experimenta fuertes cambios migratorios, modificaciones sustanciales en la agricultura y en el comercio del trigo, el abandono definitivo del patrón oro, una moneda nacional que no posee prestigio, un aumento exponencial de la oferta monetaria y una gran fuga de capitales hacia el exterior de España. 

Pero quizás uno de los problemas más graves a los que se tuvo que enfrentar España fue la silenciosa y creciente deuda. El profesor Gabriel Tortella explicaba esta cuestión de la siguiente manera: "se incurría así en un círculo vicioso: el peso de la deuda causaba el déficit, y el déficit se financiaba con nueva deuda... En términos reales esto significaba un alto sacrificio para los contribuyentes, porque si bien parte de la deuda se difería con nuevas deudas, otra parte, más los intereses, salía de los bolsillos de los españoles, y no de los más prósperos, por cierto". Pero todo esto se veía aún más dificultado por la escasa confianza de los prestamistas en el Banco de España, el cual ya había realizado anteriormente dos suspensiones de pago de deuda y había incurrido en bancarrota. Todo ello se traduce en un escaso poder de negociación de un cliente que debía prestar importantes garantías para resarcir los riesgos derivados de su dudosa solvencia. 

Asimismo, una de las peculiaridades de las que hablábamos antes es que en España se apostó por una política proteccionista, característica propia del reinado de Alfonso XIII. De esta manera, se planteaba un modelo económico que pretendía favorecer la producción nacional en determinados sectores, fundamentalmente la industria textil catalana, el carbón asturiano, la siderurgia vasca y los cereales del interior peninsular. Se deja clara así la tendencia hacia una especie de aislamiento endurecido por la imposición de barreras arancelarias a productos extranjeros. 


Podríamos dedicar extensas horas a tratar el entorno económico español de finales del siglo XIX, pero queda claro, a mi parecer, que numerosos eran los problemas a los que se enfrentaban las instituciones del país. Pese a ello, existía un impulso de crecimiento económico que no procedía del territorio peninsular, o mejor dicho, de la metrópolis, sino que tenía su origen en ultramar, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Cuba era la joya de la corona del imperio colonial español. Era la que mayores ingresos aportaba a la economía del país con importantes exportaciones de caña de azúcar, principal materia prima de la isla. No obstante, el último tercio del siglo XIX estuvo marcado por un notorio carácter independentista que desembocó en diversos conflictos, hasta la teórica consecución de la misma en 1898, favorecida por la guerra entre España y EEUU, y digo teórica porque en la práctica, tras 1898, EEUU pasó a desarrollar un papel importante en la isla caribeña. 

De hecho, la guerra con los EEUU puso de manifiesto la dura realidad que asolaba a España. No sólo se terminó perdiendo el dominio sobre las últimas colonias, sino que también los costes de la guerra provocaron una gran conmoción entre la población española que se preguntaba el por qué se habían destinado tantos recursos que se habían gestionado de manera improductiva. Joaquín Costa estima los costes de la guerra entre los 3.000 y 4.000 millones de pesetas, mientras que Alzola, sitúa en 14.000 millones de pesetas la cifra a la que asciende el gasto total realizado por España a causa de la guerra a lo largo del siglo XIX. Y la cuestión no sólo se centra en el aparente despilfarro de recursos, sino que también se pone en duda la forma de financiación. García Alix criticó el endeudamiento del estado español por el daño producido al crédito del país y a la solvencia del Tesoro, y porque financiar el conflicto con deuda ocultaba de manera implícita la gran magnitud de todos estos recursos. 

Para entender el modo de financiación que se llevó a cabo, hay que echar la mirada unos años atrás. La pretensión de los dirigentes de la Hacienda española era que la deuda emitida por el Tesoro español fuese como un anticipo al Tesoro de Cuba, al igual que había ocurrido en la Guerra de los Diez años. Sin embargo, aquí la situación era distinta, habíamos sido derrotados. La urgencia de la obtención de fondos para la guerra dejó paso a otro nuevo problema: la liquidación de estos fondos. El Tratado de París de finales de 1898 supuso un duro revés económico para España. A pesar de que en su artículo VII tanto EEUU como España renunciaban a "toda reclamación de indemnización nacional o privada de cualquier género de un Gobierno contra el otro, o de sus súbditos o ciudadanos contra el otro Gobierno", y a pesar de que EEUU pagó a España 20 millones de dólares por Filipinas, nuestro país tuvo que hacer frente a una crisis de liquidez que desembocó en la venta de otras posesiones: las islas Palaos, las Carolinas y las Marianas. 


Sin embargo, el final de la guerra fue asumido por la opinión pública de manera sosegada. El cese de los elevados costes en los que estaba incurriendo el estado español supuso una sensación de alivio generalizada, a la par que una repatriación de capital procedente de las colonias. Asimismo, la liquidación de las deudas llevada a cabo por el gobierno y sobre todo por Villaverde al frente del Ministerio de Hacienda fue elogiada. Se redujo la masa de la deuda y el gasto público a la misma vez que se puso de manifiesto la confianza en la solvencia del Tesoro español, a través de una reducción de las cargas de la deuda y un aumento de impuestos (aunque los contribuyentes se mostraron reticentes). 

Lo que queda claro es que el final de 1898 no dio paso a una profunda crisis económica. La derrota bélica se hizo notar. España había perdido una fuente de ingresos de notoria importancia, perdiendo numerosos mercados que habían dado una buena rentabilidad al estado durante su dominio sobre los archipiélagos. Podemos verlo en la balanza comercial (fuente):

De hecho, la inflación también se mantuvo estable a pesar del impacto de la pérdida de las colonias (fuente):


Rusiñol y Rahola, aseguraban en mayo de 1899: "las consecuencias inmediatas de la guerra no han sido tan terribles como era de temer ni han dado margen a la aguda crisis que todos preveíamos". En su opinión, las causas de ello serían tres: "el sostenimiento de las exportaciones con el estímulo añadido de la depreciación de la peseta; el aumento de las rentas agrarias gracias a una cosecha excelente; y el crecimiento de la inversión producido por la afluencia del dinero de Ultramar." Por otro lado, Flores de Lemus argumenta que esta expansión posbélica viene favorecida por diferentes aspectos: "un protagonismo aplastante de la empresa y de la iniciativa privada frente a la intervención pública; un decidido liderazgo del sector secundario, ya que se define el movimiento como una era de florecimiento industrial; y una contribución determinante del giro proteccionista de la política comercial a raíz de la aprobación del Arancel de 1891."

En conclusión, el final de la guerra no supuso para España, en términos económicos, una profunda crisis que diera motivos para inundar la vida social del país en un pesimismo generalizado, sino que más bien, se trató de una etapa de renacimiento económico. Se puso el foco en lo nacional, se aumentó el crédito con el impulso de nuevos bancos privados o con la ampliación del capital de los ya existentes, se incrementó la productividad en la agricultura, se desarrolló el sector industrial apostando por mercados interiores y se llevó a cabo una importante repatriación de capitales procedentes de Hispanoamérica. Como el historiador español Salvador de Madariaga escribió en su libro de 1958, España: Una historia moderna: "España sintió entonces que la era de las aventuras en el extranjero había terminado, y que en adelante su futuro estaba en casa. Sus ojos, que durante siglos habían vagado hasta los confines del mundo, finalmente se volvieron hacia su propia casa".


Me gustaría hacer mención especial a los siguientes artículos de donde he obtenido la información: Jordi Maluquer, Los economistas españoles ante la crisis del 98; Velarde Fuentes, La economía del 98 y La economía española en 1898. ¿Desastre o Cambio?; Prados de la Escosura, El sector exterior español durante el siglo XIX; y Guillermo de León Lázaro, La economía entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX

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